miércoles, 26 de enero de 2011

Fomentar l'hàbit lector

LECTURA: CÓMO CONTAGIAR ESE VIRUS TAN BENEFICIOSO


Entre los ocho y los doce años se generan muchos hábitos y aficiones; los niños están abriéndose al mundo, conociendo posibilidades y adquiriendo autonomía de movimientos. Es pues una edad adecuada para desarrollar un hábito lector que pueda consolidarse después en la adolescencia.

Los padres tenemos un papel a jugar en la creación y consolidación de este hábito. Pero hay que tener claro que las estrategias para conseguir un hábito lector presentan unas peculiaridades diferentes a las que solemos emplear para conseguir otros propósitos. Es ineficaz plantearlo como una actividad de estudio, como plantearíamos, por ejemplo, la hora de los deberes.

El famoso pedagogo y escritor italiano Gianni Rodari creó, con mucha ironía, unos consejos para conseguir que los niños “odiaran la literatura”. Repasándolos vemos muchas de las actitudes equivocadas que empleamos a veces los adultos para conseguir que nuestros hijos lean. Por ejemplo, solemos presentar el libro como una alternativa (buena) a la televisión (mala) o a los cómics (malos). O les reñimos porque tienen demasiadas distracciones y diversiones. O les obligamos a leer un libro concreto sobre el que después tendrán que contestar unas preguntas. De esta manera el niño ve el libro como algo alejado de las “distracciones” que realmente le gustan, y, en cambio, lo identifica como algo muy próximo a los deberes escolares.

Eveline Charmeux, en su obra “Cómo fomentar los hábitos de lectura”, distingue dos clases de lectura: la lectura funcional y la lectura de placer. Mediante la primera, los lectores obtienen información, solventan situaciones. Es la lectura necesaria para resolver un problema, para conocer las reglas de un juego o un deporte, para saber cómo se monta una máquina. Mediante la segunda, se lee para divertirse, para pasar el rato, para explorar nuevos mundos. Es el tipo de lectura en la que el lector se deja llevar por las palabras, sin ningún tipo de propósito concreto que no sea el puro placer de sumergirse en un libro.

La animación a la lectura difícilmente se consigue por imposición. Se obtiene a través de un tratamiento positivo, obrando indirectamente para que se cree un clima favorable a la lectura. Hay quien dice que la afición de leer actúa por contagio: por contagio de unas actitudes, de un ambiente o de una oferta creada en su entorno para que se desarrolle este beneficioso “virus”. Muchas veces las aficiones y los gustos están más ligados a la afectividad que a la efectividad. Más próximo a la persuasión que a la obligación. Se trata de conseguir que el hábito nazca de los propios niños, de crear las condiciones favorables para que surja de ellos el deseo de leer, y de seguir leyendo.

Ana Díaz-Plaja Taboada
Profesora de Ciencias de la Educación de la UB

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